Hulda, la profetiza que cambió una nación
14/11
(2° Reyes 22:14-19) “Entonces fueron el sacerdote Hilcías, y Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, a la profetiza Hulda, mujer de Salúm hijo de Ticva, hijo de Harhas, guarda de las vestiduras, la cual moraba en Jerusalén en la segunda parte de la ciudad, y hablaron con ella. Y ella les dijo: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Decid al varón que os envió a mí: Así dijo Jehová: He aquí yo traigo sobre este lugar, y sobre los que en el moran, todo el mal de que hable este libro que ha leído el rey de Judá; por cuanto me dejaron a mi, y quemaron incienso a dioses ajenos, provocándome a ira con toda la obra de sus manos; mi ira se ha encendido contra este lugar y no se apagará. Mas al rey de Judá que osa ha enviado para que preguntaseis a Jehová diréis así:... Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová….y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová…” Hulda fue la voz profética femenina que transformó el destino de Israel, en una época de oscuridad espiritual, cuando el pueblo había olvidado la torá. Ella fue quien despertó la conciencia del rey Josías. Su palabra trajo arrepentimiento, reforma y renovación del pacto eterno. Su ejemplo nos muestra cómo una mujer con discernimiento y autoridad espiritual puede ser usada para traer restauración nacional. Nos recuerda que la verdadera profecía no predice el futuro: corrige el presente. Mientras muchos habían olvidado la ley, Hulda fue buscada por el rey para interpretar el libro encontrado en el templo. Su mensaje no llego con miedo, sino con claridad y verdad. Su obediencia movió el corazón del rey, y su palabra cambió el rumbo de toda una nación. Este ejemplo nos muestra además que no se necesita tener trono para tener autoridad, solo intimidad con el Altísimo. Hulda habló lo que muchos temían decir, y el cielo la respaldó. “De entre las ruinas del templo, una voz se levantó. No llevaba corona, pero hablaba en nombre de Dios. La verdadera autoridad no grita, revela la verdad con firmeza. Dios sigue levantando hoy voces que no buscan reconocimiento, sino cumplimiento. Procura que tu discernimiento sea claro como el de Hulda. Que tus palabras traigan reforma a la iglesia o a tu casa, no división. Que puedas ser instrumento útil en manos de Dios para despertar corazones dormidos.
