La ira de Naamán
22/08
Naamán, general del ejército del rey de Siria (900 años a.c.), estaba muy enfermo. Tenía lepra, una enfermedad incurable en esa época. Fue enviado a Eliseo, el profeta de Israel, quien, según le dijeron, podía curarlo. Eliseo no le rindió los honores debidos a su rango, y le envió por medio de su siervo un mensaje a Naamán, que éste consideró inaceptable. “Vé y lávate siete veces en el jordán…y serás limpio”. Su enojo fue aún mayor porque él pensaba que el profeta vendría y trataría su enfermedad personalmente. Estaba dispuesto a pagar mucho para que el profeta interviniera. No quería esta solución, la cual consideraba ilógica y demasiado simple. Sin embargo, los siervos de Naamán lo convencieron para que hiciera lo que el profeta le había dicho. Entonces se sumergió siete veces en el jordán y quedó completamente curado. Una enfermedad peor que la lepra nos afecta a todos: el pecado, que conduce inexorablemente a la muerte. “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” ( (Romanos 6:23) Jesucristo atravesó la muerte en nuestro lugar. Murió para obtener nuestra curación. Para él las horas pasadas en la cruz significaron terribles sufrimientos; para nosotros son la liberación de todo el mal que hay en nosotros y que nos separa de Dios. ¿Qué debemos hacer para ser sanados? Simplemente aceptar la liberación hecha por Jesucristo cuando dejó clavados en aquella cruz todos nuestros pecados. “Aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…Por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:5,8-9)
