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Mirando a Dios

14/08


Durante mucho tiempo viví en el sur de Francia, cerca de las costas de Marsella, y recuerdo los viajes por mar que a veces hacíamos en primavera. Aunque el barco no era muy grande, íbamos muchos, amontonados en él, pero confiados en el capitán. Durante una travesía, las fuertes olas y las corrientes contrarias nos sorprendieron. Yo me asusté mucho pues no sabía nadar. El capitán pudo ver la confusión en nuestras caras y nos gritó: Miren hacia arriba, miren al cielo, ¡olvídense de las olas!. Así nos tranquilizamos. Esta frase quedó grabada en mi mente. ¿No sería ese el secreto para mi vida? Una historia similar a esta encontramos en el libro de san Mateo 8:23-26 cuando estando Jesús junto a sus discípulos en una barca se levantó una gran tempestad en el mar tan grande que las olas cubrían la barca; pero dice la palabra de Dios que lejos de hacer algo Jesús en ese momento por sus discípulos, ¡él dormía! ¿Cómo es posible que siguiera durmiendo? ¿Acaso el movimiento del barco y las olas golpeando su cuerpo no le despertaban? ¿acaso tenía el sueño pesado? En ninguna manera. Jesús estaba esperando una actitud de parte de sus discípulos. ¿No sabían que el que estaba con ellos en esa barca era nada mas y nada menos que aquel Hijo de Dios que habían visto obrar tantas veces obrando tantos milagros? ¿Cómo habrían de perecer todos juntos allí? ¿Por qué no hacían lo que sabían hacer pero con la confianza de saber que esta vez no estaban solos? Cuando le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Allí es cuando Jesús les reprocha ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?

 En tiempos difíciles, o en el turbulento mar de la vida, cuando pierdo el equilibrio, sólo necesito levantar los ojos hacia Dios, porque él es todopoderoso. Dios me ama y ha hecho todo para salvarme. Quiere darme la vida eterna, y esta vida está en Cristo Jesús quien murió para borrar los pecados de los que creen en él. Esta nueva vida nos permite mirar hacia arriba, nos abre el cielo en donde vemos a Jesús, salvador y garante de nuestra vida con él para siempre. Dios está con nosotros cada día, aunque no lo veamos. El conoce nuestras preocupaciones, nuestras necesidades y ansiedades y él las atraviesa con nosotros. El las lleva por nosotros si aprendemos a confiar plenamente en él.  El salmista David nos dice en su libro en el capítulo 121:2,3 lo siguiente: “Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda

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