Ponme la cadenita
14/08
Esa mañana, como todos los días, se escuchaban los gritos alterados de un hombre regañando a su hijo: -Levántate pronto, lávate la cara, los dientes, péinate, ponte la camisa…¿Sabes que? Ya no hay tiempo para que desayunes, en el camino tomarás tu jugo, pero no lo vayas a tirar…¿Qué te dije tonto? Ya te manchaste la camisa. Me tienes harto, nunca aprendiste a hacer bien las cosas. El chiquillo guardaba silencio, sabía que le podía ir peor. Estaba tan atemorizado que ni siquiera podía decirle “adios papá”. En la escuela, constantemente era reprendido por su maestra porque se distraía. Siempre pensando por qué no podía ser feliz como los demás niños. Esa tarde, al regresar a casa, sin saber por qué se atrevió a romper el silencio y dijo: - Hoy me preguntó la maestra en qué trabajas y no supe qué responder. -Yo entreno perros, dijo el hombre. -¿y para qué los entrenas? Dijo el niño. -Les enseño a ser obedientes, a sentarse, a echarse, a quedarse quietos, a brincar obstáculos, a no hacer destrozos, cuidar la casa, proteger a los niños. Los entreno para trabajar en la policía, en los bomberos, los entreno para rescatar personas, para salvar vidas localizando explosivos y muchas cosas mas…¡Ah, también los entreno para ayudar a caminar a las personas ciegas! Con mucho interés seguía preguntando:- ¿Y les pagan a los perros por hacer todo eso? -Claro que no, dijo él. A cambio reciben mucho amor, atención y cuidado de parte de sus dueños o de quienes trabajan con ellos. -¿Y cómo logras entrenarlos? – Es muy sencillo, solamente les pongo una cadenita, los llevo a pasear, camino y hablo con ellos y poco a poco les voy enseñando. Cuando no hacen bien los ejercicios, los corrijo firmemente pero sin lastimarlos, después los acaricio para que sientan que no estoy enojado con ellos. Pero se necesita mucha paciencia. El pequeño, con ese gesto infantil, característico y natural que hacen cuando sienten que van a brotar sus lágrimas, levantó su carita inocente y dijo: -¡ponme la cadenita! Yo también quiero salir a pasea y hablar contigo, quiero aprender muchas cosas de ti, quiero que me corrijas si lo hago mal y después me acaricies para sentir que no estas enojado conmigo. A cambio yo seré un niño obediente, no te haré enojar mas, no haré destrozos, aprenderé a cuidar las personas…¡ah! Y si un día tu te quedaras ciego, yo te ayudaré a caminar. ¡Por favor! ponme la cadenita, solo tenme paciencia. El ahombre aquel estalló en un sollozo profundo y al abrazar a su hijo , sintió que de su corazón salía una cadenita que rápidamente se enlazaba con el corazón de su hijo.
Si esta leyenda urbana te hizo recapacitar y revalorizar acciones, habrá cumplido su cometido.
